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LA FILOSOFÍA DE LA ANSIEDAD
Martha López Gil

Frente a una sociedad cada vez más contradictoria nos volvemos a formular las viejas preguntas de la filosofía
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y ¿hacia dónde vamos?
First entrevistó a la pensadora Matha López Gil, experta en temas de la posmodernidad
El término posmoderno circula intensamente y atraviesa ámbitos tan dispares como la moda, la arquitectura, el diseño, las artes plásticas y hasta la vida cotidiana. Los grandes pensadores se han  ocupado del tema ¿Cómo se explica este uso múltiple?
Esto me recuerda a lo que ocurrió con el concepto “cultura” en los sesenta y setenta. ¿Te acordas? Se llegó a decir que cultura era todo y siendo todo terminaba siendo nada. Es curioso: el término posmodernidad pareció encerrar, en un principio, una mezcla de misterio, prestigio, provocación y peligro. La filosofía tradicional reaccionó rechazándolo y descalificándolo sin ahondar en sus contenidos. En cambio otros pensadores sentimos una fuerte atracción por los horizontes que se abrían.
La posmodernidad supone una manera distinta de pensar y da por tierra con conceptos muy internalizados.  Podríamos resumir o sinterizar tres usos del término: un uso peyorativo, que define la claudicación de ideales, un uso positivo que expresa apertura mental, antidogmatismo, tolerancia, inexistencia de verdades únicas y  conclusivas y por último,  un uso descriptivo, vinculado con la hipercomunicación tecnológica, con la informatización de la sociedad.

Hay pensadores que definen a la sociedad posmoderna como una cultura de las marcas, una sociedad obsesionada por el consumismo, por los sellos de ropa, de perfumes, de objetos… ¿estas de acuerdo?
Es una mirada posible. La adhesión compulsiva  a las marcas supone definir la identidad por algo externo. Histeria, esnobismo, disfraz, ¿para qué? Para ser alguien o sentirse alguien. El protagonista de la novela  “American Psycho” de Breat Easton Ellis, un broker obesionado por las marcas,  se viste, almuerza y trabaja con el mismo refinamiento y la misma exaltación con que viola, tortura y mata a sus víctimas. Crueldad y marcas en un mundo vacío.

Hoy se percibe que la gente, los libros y algunos grupos sociales persiguen obsesivamente elevar la autoestima.
La autoestima siempre existió, pero con otras denominaciones. En el hombre contemporáneo, el logro de la autoestima es uno de los caminos del éxito, ese bien tan preciado en esta época de fuerte competitividad. Patrick Bateman, el personaje de “American Psycho”, se quiere a sí mismo porque se ve bien vestido, bien perfumado, porque consume productos caros y prestigiantes. Parece no contar con otro recurso que no sea el dinero o la habilidad para obtenerlo. Esa es una cara del individualismo. Hay otras.
Las que aparentemente se oponen al consumismo –desde la New Age-, que paradójicamente constituyen un gran negocio, no exactamente para el que busca la autoestima. Casi todas las terapias breves y alternativas apuntan hacia la autoestima, que no deja de ser una forma de narcisismo. La gran ausente, salvo excepciones, es la solidaridad.

Sin embargo se habla mucho de ética…
De ética se habla,  se habla mucho, efectivamente. Se habla de ética empresarial, de ecológica, informática, bioética… De la ética se habla pero no se la practica. Es más, se ha extendido una demanda de derechos pero sin su correlato de asunción de deberes. Se trata de una ética indolora, prolifera el discurso ético y simultáneamente prolifera la corrupción y la solidaridad no tiene lugar.

Una sociedad consumista que produce ansiedad y vacío.
Hay un psiquiatra chileno, Armando Roa, para el cual la enfermedad propia de nuestra época es la ansiedad. La angustia que él sitúa en la modernidad, habría sido desplazada y reemplazada por la ansiedad. Pensemos en los existencialistas, en Sartre, en esa idea del hombre angustiado porque es libre y en el hombre posmoderno sujeto, ya no libre, a la presión de los medios y del consumo. Un hombre que se enfrenta permanentemente a la velocidad de los cambios, al vértigo de lo que vendrá, a la sustitución continua. Esta es una sociedad exigente en sus fines y violenta en sus medios, inexorablemente estresante. Y hay que recordar que el estrés es una patología de la que se habla mucho sin tener conciencia de su gravedad.
Nuestra sociedad está plagada de contradicciones y de peligrosos silencios. Prolonga empecinadamente la vida de los hombres y descuida a sus viejos. Los geriátricos, con su maltrato, son el  testimonio elocuente de esta dolorosa contradicción. Toda la comunicación social exalta la juventud y niega la vejez. La tecnología en relación con la prolongación de la vida, de nuevo nos juega una mala pasada. Los viejos, al haber salido de la estructura productiva, son marginados, son mal vistos, molestan.

¿Cómo dirías que ha evolucionado el papel de la mujer? A propósito, hay muy pocas mujeres en la filosofía…
Respecto del papel de la mujer, por de pronto se ha introducido la noción de género, un reconocimiento a la diferencia. Existe una perspectiva femenina. Y se ha tomando conciencia de que la mujer aporta una mirada y una voz diferente en la interpretación del mundo. Hay todo un aparato teórico muy importante sobre este tema aportado justamente desde la filosofía. Por cierto se identificó siempre a la mujer con la naturaleza, el sentimiento y el cuerpo, y al varón con el pensamiento y el intelecto. NO es casual entonces que haya habido pocas mujeres filósofas. Resulta curioso que las mujeres estén consideradas como minorías junto a los negros, homosexuales y otros grupos étnicos, cuando en realidad las mujeres son más de la mitad de la humanidad.

 Lo que se ha dado en llamar, en los Estados Unidos, lo “políticamente correcto”.
Exacto. Esta corriente incluso impregnó las artes plásticas, el arte de fines de los ochenta y produjo una reacción por fatiga. Robert Hughes, el  crítico de la revista Time, tiene un libro, “La cultura de la queja”, donde señala los abusos de estos pronunciamientos. Todos los movimientos reivindicatorios corren el riesgo de transformarse en una suerte de caricatura de sí mismos y producir un efecto contrario al que se proponen. En ese sentido la filosofía aporta consistencia conceptual y teórica. Es el caso del feminismo, que te mencioné antes. Y hay que reconocer, también, que cierta militancia feminista, con sus torpezas, favorece los argumentos del machismo más reaccionario. Por otra parte, no te olvides que hay muchas mujeres machistas, que crían hijos con mentalidad machista.

Casos como el de Fernando Savater o Joster Gaarder, con “El mundo de Sofía”, nos enfrentan a la inédita situación de que la filosofía sea best seller. Y sin ir más lejos el “Diccionario de pensadores contemporáneos”, de Patricio Lozaiga, del cual soy colaboradora, está agotado en la Argentina y en España. ¿A qué atribuis este interés por la filosofía?
Indiscutiblemente hay una fatiga del psicoanálisis. La gente busca respuestas sobre las contradicciones de la sociedad. No basta con resolver o intentar resolver  la conflictividad personal, puesto que hay una conflictividad sociocultural externa que a veces se hace insoportable y que nos condiciona. La filosofía, con su ejercicio de la duda, aparece como un refugio reflexivo por excelencia. Por otra parte hay nuevos paradigmas. Hoy se habla de fragmentación, caos, posmodernidad, y no basta con la insuficiente respuesta que nos dan las disciplinas específicas, como la economía o la sociología.
La fragmentación, por ejemplo, admite escuadras especializadas y si hablaremos de segmentación en la economía o de estratificación en la sociología. Pero la idea de la fragmentación va mucho más allá y sólo una disciplina intrínsecamente generalista como la filosofía puede aproximar un abordaje más amplio y más profundo. Nace así todo un nuevo repertorio de conceptos. Son palabras que muchas veces usamos y no terminamos de entender. La gente viene a mis cursos buscando una suerte de reordenamiento conceptual. Es el primer paso para salir de la confusión que nos gobierna. Surge así también, un valor agregado que suministra el ejercicio filosófico, derivado del hábito de trabajar conceptos, discutir el alcance de cada definición, perderle el temor reverencial a la filosofía e incorporarla como un instrumento de nuestra vida cotidiana. Quiero decir, aprender a convivir mejor con las grandes preguntas aunque no tengamos la soberbia de poseer las grandes respuestas.

¿JÚBILO O DESENCANTO EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA?
FIRST ENTREVISTÓ A SILVIO MARESCA, UN PENSADOR ARGENTINO QUE SIGUE LA SENDA DE NIETZSCHE. HABLAMOS DEL PENSAMIENTO POSMODERNO Y DE COSAS PROSAICAS, COMO LA FASCINACIÓN POR LA BELLEZA DEL CUERPO, LA EDUCACIÓN Y EL APORTE DE LA FILOSOFÍA A LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA.

Hoy las ideologías están en crisis, y según algunas opiniones se acabó la fe en el marxismo, el cristianismo, el psicoanálisis… ¿Cuál es tu definición de este ocaso de las ideologías?
Creo que las ideologías hacen su eclosión durante la Revolución Francesa; dominan el siglo XIX y parte del XX. De alguna manera intentaron reemplazar los viejos valores judeocristianos que ya manifestaban graves síntomas de crisis, prolongando así su agonía. Las ideologías son sistemas de ideas que forman un todo relativamente coherente y simplificado que intentan mantener vigentes los valores de la tradición occidental, a pesar incluso de que pueden ser opuestas. Las tres grandes ideologías que dominan el siglo XX son el liberalismo, el marxismo y el fascismo.
Yo viví esta experiencia; al salir del secundario una se llevaba su título y además un paquete de ideas y metas. Si era una persona correcta, debía tratar de cumplir con ellos. Pero ahora la sociedad está desencantada con esos ideales comunes, ese paquete ya no sirve.
Las ideologías prolongaron el esquema de la historia judeocristiana; cuando comenzó a perderse la fe en la salvación en otro mundo, suplantaron el paraíso por ideas de una sociedad plenamente realizada, que se iba a cumplir en el futuro. El liberalismo lo hizo a través del ideal del progreso, por el cual supuestamente íbamos a llegar a una sociedad plenamente satisfecha. El marxismo, con la idea de la sociedad sin clases; cuando se eliminara la propiedad privada se iba a alcanzar una reconciliación entre los hombres, algo parecido al paraíso. El fascismo lo hizo a través de la mitología, de la raza, del pueblo superior o de la sociedad purificada. Sin embargo el esquema judeocristiano se mantuvo a través de las tres grandes ideologías que atravesaron el siglo XX. Esto es lo que cae, y como nos hemos quedado sin metas, se habla del fin de la historia.
Paradójicamente, en este momento de gran libertad y de autonomía del hombre, que Lipoveysky llama la “era del vacío”, existen los que creen que es posible gozar de esta posibilidad y que cada uno elija sin presiones sus propios ideales. Pero, por otra parte, la libertad y la ausencia de ideas comunes en la sociedad genera desencanto, temor, crecen las sectas, el fundamentalismo, y aparecen personajes curiosos, como el pastor Giménez.
Así es. Esta situación que vivimos sin metas válidas para todo el mundo genera dos actitudes: una es el desencanto y la angustia, lo que induce a intentar restituir maníacamente esos viejos valores. Es lo que origina sectas y fenómenos que son cada vez más aberrantes, refugios como el consumismo desenfrenado, mucho más pobres que las ideologías. Creo que el hombre contemporáneo no puede evitar la angustia. Pero existe en una minoría la otra actitud, la de aceptar jubilosamente esta posibilidad que nos brinda la historia. Si bien no tenemos más pautas y modelos, se abren enormes caudales para creatividad. Hoy se goza de la libertad de elaborar las propias pautas sin sumisiones, ni a la moral, si a política, ni a la religión. Por cierto que es angustiante, pero es una posibilidad inédita.
¿Qué le aporta la filosofía a esta sociedad huérfana de ideas comunes?
Hoy hay tres corrientes fundamentales: la filosofía de la ciencia o neopositivismo, luego está el neorracionalismo, que sostiene que los ideales de la ilustración todavía tienen validez, y la otra corriente es el posmodernismo, con el que comparto muchas cosas. Pero tal vez nosotros en Latinoamérica, como somos pueblos más jóvenes, no somos tan susceptibles al desencanto posmoderno; yo no lo comparto, porque creo en la creatividad. Nietzsche decía que en la épica del nihilismo –o de la devaluación de todos los valores- íbamos a asistir a la generación del “último hombre”, cansado, que está en condiciones de resistir creativamente, capaz de vivir jubiloso, sin valores ni metas preestablecidas. En Zaratustra dice “El superhombre es el rayo que brota de la oscura nube que es el hombre”.
¿El “último hombre” cansado, se puede relacionar con el hombre de la cultura “light”?
Solo en parte. Creo que nuestra civilización ha vuelto a valorar al cuerpo y a su apariencia, mientras el cristianismo privilegiaba el alma y maltrataba el cuerpo. En esta situación encuentro algo positivo, porque implica una recuperación de la vida, la alegría de la sexualidad y la sensualidad.
Esto es muy notable en la proliferación de gimnasios, regímenes para adelgazar, cirugías estéticas. Pero el culto por la belleza del cuerpo tiene costados negativos, como la bulimia o la anorexia.
Cuando aparecen estas dietas inhumanas, los gimnastas obsesivos y los deportes llevan al extremo yo me pregunto: ¿No será esto un retorno al sacrificio cristiano?¡ Si la felicidad por la apariencia del cuerpo se vincula al tormento, veo que el viejo Dios cristiano sigue haciendo de las suyas.
¿Y cómo se puede ayudar a la gente a ser libre y no caer en el fanatismo?
Hay que sincerarse: los viejos valores ya no sirven. Hay que encontrar la manera de superar la angustia que produce ese vacío, porque esos fenómenos aberrantes, como el fundamentalismo, la drogadicción y el sectarismo, son consecuencias de no poder tolerar la angustia que genera la caída de los valores. Necesitamos un hombre más fuerte.
Si los valores caducaron, ¿Cómo se le enseña a un hijo a diferenciar lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, lo razonable y lo irracional?
Tenemos que tratar de que todos vayan desarrollando sus propios valores, Nietzsche decía: “Bueno para todos, malo para todos, lejos de mi ese discurso”. Ha terminado la época de la moral universal y de la educación habría que ayudar a cada estudiante a desplegar sus propias posibilidades creativas a partir de si singularidad; respetando si singularidad. Lo que es bueno para mí no tiene porque ser bueno para otros, cada cual debe encontrar sus valores.
Sin límites ni sistemas coercitivos, ¿No puede sobrevivir el caos?
Siempre va a existir el derecho, que tiene la función de limitar y establecer las pautas de convivencia social. No creo que la cultura de la culpa haya impedido que existan aberraciones y violencia.
Justamente, los períodos más violentos de la historia tuvieron lugar en el apogeo de las ideologías.
Porque las ideologías son rígidas y al que no está de acuerdo hay que eliminarlo. Una ética de la singularidad me parece que es más tolerante y que la convivencia se facilitaría erradicando la culpa, lo que no implica eliminar la responsabilidad jurídica. En la época de Homero, cuando alguien se portaba mal pensaban que la culpa la tenían los dioses, no el hombre. La responsabilidad era del hombre pero la culpa era de los dioses, que podían soportarla. El judeocristianismo nos ha imbuido d culpa.
No hay un solo modo de ser superhombre, hay tantos como singularidades, pero cada uno puede distinguir aquello que le hace ben, que lo hace crecer, ser más fuerte, más pleno y más arriesgado a la vida. Y también puede ver lo que lo desvitaliza.
Descartás la vigencia de la ilustración, pero el racionalismo nos aporta el confort, la facilidad de las comunicaciones, el avance en la medicina, los aviones en fin…
Es verdad, la tecnología se desarrollo en relación con los ideales de la ilustración; pero opino que hoy nos guste o no, puede ser separada de esos ideales. Esos méritos no se discuten, pero no creo que la tecnología deba estar al servicio de ninguna ideología.
¿Por qué la gente está hoy más cerca de la filosofía? Ahora hay pensadores que hasta son best sellers.

En las épocas de crisis profundas hay una vuelta a la filosofía, porque es el modo de pensar que más larga tradición tiene un Occidental y es anterior al Cristianismo. Creo que es el lugar para las ciencias sociales y el psicoanálisis, que en estas últimas décadas reemplazaron a la filosofía. Disciplinas que pretendían tener el saber del hombre. Las elaboraciones de las ciencias sociales tenían un origen marxista y al derrumbarse el muro cayó esa utopía. El psicoanálisis apareció como una promesa de salvación del hombre y luego se vieron sus limitaciones.

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